jueves, 17 de agosto de 2023

Mensaje de Josemaría Escrivá de Balaguer, 28 de Junio 2023

 


 
Mensaje de Josemaría Escrivá de Balaguer,

 28 de junio 2023

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Hija de Dios, escribe las frases que lleguen a tu mente, con paz en tu corazón, recuerda que la obediencia y docilidad son agradables al Señor.

Este día la Iglesia Católica recuerda a un hombre conocido como “el santo de lo ordinario”, puesto que dedicó su vida en la Tierra para propagar la santidad y ayudar a muchas personas. Se trata de Josemaría Escrivá de Balaguer, un Siervo Sacerdote español que logró escuchar y hacer la Divina Voluntad sirviendo al Señor en sus hermanos. Escuchen sus palabras y agradezcan este hermoso regalo.

Habla Josemaría Escrivá de Balaguer:

Hermanos míos, soy Josemaría quien por Gracia y Misericordía del Padre Eterno, comparte estas breves reflexiones con todos ustedes. Desde pequeño, sentí el llamado de Dios a servirle consagrando mi vida a Él mediante el Sacerdocio. El Espíritu Santo me inspiró a creer que Dios no te arranca de tu ambiente, no te remueve del Mundo, ni de tu estado, ni de tus ambiciones humanas nobles, ni de tu trabajo profesional… pero ahí. “¡te quiere santo!”. Así comprendí de qué se trata la vida del cristiano, hoy: hay que hacer de lo ordinadio algo extraordiunario y santificar el Mundo actual.

Allí donde están vuestros hermanos los hombres, allí donde están vustras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo. Vosotros y yo formamos parte de la familia de Cristo, porque como dicen las Escrituras en Efesios 1,4-5, El mismo nos escogió antes de la creación del Mundo, para que seamos santos y sin mancha en Su Presencia por la caridad, habiéndonos predestinado como hijos adoptivos por Jesucristo, a Gloria suya, por puro efecto de Su Buena Voluntad”, es esta época de desmoronamiento general, de decepciones y desánimos, de libertinaje y anarquía, me parece todavía más actual aquélla sencilla y profunda convicción que me ha consumido en deseos de comunicar a la humanidad entera: estas crisis mundiales son de santos.

De allí la improtancia de la vida interior, la cual es una exigencia de la llamada que el Maestro ha puesto en el alma de todos. Hemos de ser santos - os lo diré con una frase castisa de mi tierra- sin que nos falte un pelo: cristianos de veras, auténticos canonizables; y si no, habremos fracasado como Discípulos del único Maestro. Mirad además que Dios, al fijarse en nosotros, al concedernos Su Gracia para que luchemos por alcanzar la santidad en medio del mundo, nos impone también la obligación del Apostolado, comprended que, hasta humanamente, como comenta un Padre de la Iglesia, la preocupación por las almas, brota como una consecuencia lógica de esa elección: cuando descubris que algo os ha sido de provecho, procuráis tener a los demás. Teneis pues, que desear que otros os acompañen por los caminos del Señor.

Aplicad a lo espiritual esta costumbre terrena, y cuando vayais a Dios no lo hagáis solos (San Gregorio Magno, Homiliae in Evangelia, 6,6.) Si no queremos malgastar el tiempo inútilmente – tampoco con las falsas excusas de las dificultades exteriores del ambiente, que nunca han faltado desde los inicios del cristianismo-, hemos de tener muy presente que Jesucristo ha vinculado, de manera ordinaria, la vida interior, la eficacia de nuestra acción para arrastrar a los que nos rodean. Cristo ha puesto como condición, para El, influjos de la actividad apostólica, la santidad; me corrijo, el esfuerzo de nuestra fidelidad, porque santos en la Tierra no lo seremos nunca.

Parece increíble, pero Dios y los hombres necesitan, de nuestra parte, un fidelidad sin paliativos, sin eufemismos, que llegue hasta sus últimas consecuencias, sin medianías ni componendas, en plenitud de vocación cristiana asumida y practicada con esmero. Quizá alguno de vosotros, piense que me estoy refiriendo exclusivamente a un sector de personas selectas. No os engañeis tan fácilmente, movidos por la cobardía o la comodidad. Sentid, en cambio, la urgencia Divina de ser cada uno otro Cristo, ipse Christus, el mismo Cristo; en pocas palabras, la urgencia de que nuestra conducta discurra coherente con las normas de la fe, pues no es la nuestra – una santidad de segunda categoría, que no existe.

 Y el principal requisito que se nos pide – bien conforme a nuestra naturaleza -, consiste en amar: la caridad es el vínculo de la perfección (Col 3,14); caridad, que debemos practicar de acuerdo con los Mandatos explícitos que el mismo Señor establece: amarás al Señor Dios tuyo con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente (Mt 2,37.), sin reservarnos nada. En esto consiste la santidad. Ciertamente se trata de un objetivo elevado, árduo. Pero no me perdáis de vista que el santo no nace: se forja en el contínuo juego de la Gracia Divina y de la correspondencia humana.

Todo lo que se desarrolla – advierte uno de los escritores cristianos de los primeros siglos, refiriendose a la unión con Dios-, comienza por ser pequeño. Es al alimentarse gradualmente como, con constantes progresos, llega a hacerse grande (S Marcos Ermita, De lege Spirituali, 172). Por eso digo que, si deseas portarte como un cristiano consecuente- sé que estás dispuesto, aunque tantas veces te cueste vencer o tirar hacia arriba con este pobre cuerpo-, has de poner un cuidado extremo en los detalles más mínimos, porque la santidad que Nuestro Señor te exige, se alcanza cumpliendo con amor de Dios el trabajo, las obligaciones de cada día, que casi siempre se componen de realidades menudas.

Convenceos de que ordinariamente no encotraréis lugar para hazañas deslumbrantes, entre otras razones, porque no suelen presentarse. En cambio, no os faltan ocaciones de demostrar a través de lo pequeño, de lo normal, el amor que tenéis a Jesucristo. También en lo diminuto, comenta San Jerónimo, se muestra la grandeza del alma. Un discípulo de Cristo jamás tratará mal a persona alguna, al error le llama error, pero al que está equivocado le debe corregir con afecto: si no, no le podrá ayudar, no le podrá santificar. Hay que convivir, hay que comprender, hay que disculpar, hay que ser fraternos.

Y como aconsejaba San Juan de la Cruz, en todo momento hay que poner amor, donde no hay amor, para sacar amor por lo tanto. Tú y yo aprovecharemos hastá las más vanales oportunidades que se presenten a nuestro al rededor para santificarlas, para santificarnos y para santificar a los que con nosotros comparten los mismos afanes cotidianos, sinitendo en nuestras vidas el peso dulce y sugestivo de la corredención. Citaré una nota que mantiene toda su actualidad, unas consideraciones de Teresa de Ávila: todo es nada, y menos que nada, lo que se acaba y no contenta a Dios ¿Compredéis por qué un alma deja de saborear la paz y la serenidad cuando se aleja de su fin, cuando se olvida de que Dios la ha creado para la santidad?.

Esforzaos para no perder nunca este punto de mira sobrenatural, tampoco a la hora de la distracción o del descanso, tan necesarios en la vida de cada uno como el trabajo para el cristiano, el combate espiritual delante de Dios y de todos los hermanos en la fe, es una necesidad, una consecuencia de su condición. Por eso, si alguno no lucha, está haciendo traición a Jesucristo y a todo su cuerpo místico, que es la Iglesia.

La guerra del cristiano es incesante, porque en la vida interior se da un perpetuo comenzar y recomenzar, que impide que, con  soberbia, nos imaginemos ya perfectos. Es inevitable que haya muchas dificultades en nuestro camino; si no encontrásemos obstáculos, no seríamos creaturas de carne y hueso.

Siempre tendremos pasiones que nos tiren para abajo, y siempre tendremos que defendernos contra esos delirios más o menos vehementes. La vida interior no es cosa de sentimientos, sino de Gracia Divina y de voluntad, de amor. Todos los discípulos fueron capaces de seguir a Cristo en su día de triunfo en Jerusalén, pero casi todos le abandonaron a la hora del oprobio en la Cruz.

 Para amar de verdad es preciso ser fuerte, leal, con el corazón firmemente anclado en la fe, en la esperanza y en la caridad, soporta las dificultades como buen soldado de Cristo Jesús, nos dice San Pablo, la vida del cristiano es milicia, guerra, una hermosisima guerra de paz, que en nada coincide con las empresas bélicas humanas, porque se inspiran en la división y muchas veces en los odios, y la guerra de los hijos de Dios contra el propio egoísmo, se basa en la unidad y en el amor.

           “Cada vez estoy más persuadido: la felicidad del Cielo, es para los que saben ser felices en la Tierra.”

Ø Todo lo que ahora te preocupa, cabe dentro de una sonrisa.

Ø Las almas grandes tienen muy encuenta las cosas pequeñas.

Ø La resistencia de una cadena, se mide por su eslabón más débil.

Ø Para acabar las cosas hay que empezar a hacerlas.

Ø La verdadera virtud no es triste y antipática, sino amablemente alegre.

 

¡Sé valiente, no te nieges a cortar todo lo que aunque sea levemente, cause dolor a Quien tanto ama. Que tu vida no sea una vida estéril. Sé útil. Deja pozo. Ilumina con la luminaria de tu fe y de tu amor.

 

Cuando se está a oscuras, cegada e inquieta el alma, hemos de acudir, como Bartimeo, a la Luz. Repite, grita, insite con más fuerza, Domine, ut videam! - ¡Señor, que vea!... Y se hará el día para tus ojos, podrás gozar con la luminaria que El te concederá. A tu Madre María, a San José, a tu Ángel Custodio… ruégales que hablen al Señor, diciéndole lo que por tu torpeza, tú no sabes expresar.

 

        “Allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo.”

Intercedo por todos ustedes para que busquen la santidad en su vida cotidiana y puedan encontrar a Dios en todo, incluso en las cosas pequeñas.

Su hermano en Cristo, Josemaría.

 

Habla la Inmaculada Virgen María:

 

Hijos Míos, Josemaría fue un hombre fuerte, comprensivo y optimista, que supo mantener la paz y el amor de Dios en su corazón, compartiéndolo con los demás y predicando que se puede ser santo en el lugar donde el Señor ha puesto a cada uno. Repitió durante años estas jaculatorias:

 

v ¡Señor, que vea!

v ¡Señor, que sea!

v ¡Señora, que sea!

 

Sigan su ejemplo y busquen la santidad. Reciban Mi Protección y amorosa bendición como la Inmaculada Virgen.

 

AMEN, AMEN, AMEN.

 

 


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